martes, 13 de abril de 2010

Hebreos 9:14 dice que Cristo “por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo.” ¿Qué es el “espíritu eterno”?

El notar la parte que antecede a esta declaración nos ayudará a ver esta expresión en su marco de circunstancias. Leemos: “Porque si la sangre de machos cabríos y de toros y las cenizas de novilla rociadas sobre los que se han contaminado santifica al grado de limpieza de la carne, ¿cuánto más la sangre del Cristo, que por un espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas para que rindamos servicio sagrado al Dios vivo?”—Heb. 9:13, 14.

Estos comentarios se dan en medio de una consideración que contrasta los arreglos que Dios aprobó bajo el antiguo pacto de la Ley, o la Ley mosaica, y los que pertenecían al nuevo pacto. En la parte de apertura del capítulo el apóstol Pablo considera el tabernáculo y los sacrificios animales que se ofrecían allí. Estas cosas eran requisitos legales “tocantes a la carne” y habían sido impuestas hasta el tiempo señalado. (Heb. 9:10) Pablo también indicó que el “espíritu santo” aclaró que mientras el tabernáculo estaba en pie y Dios aceptaba sus sacrificios, el camino al lugar santo del cielo mismo todavía no estaba disponible.—Heb. 9:8, 12.

El camino al cielo, entonces, era por medio del sacrificio y la sangre de Jesús, no por medio de sacrificios animales según los requisitos legales “tocantes a la carne.” Pero, ¿cómo se produjo el sacrificio de Jesús? Fue por medio de la operación del espíritu santo ya mencionado.

Más temprano en esta carta Pablo había explicado que Jesús no llegó a ser sacerdote “según la ley de un mandamiento que depende de la carne,” lo cual habría sido el caso si hubiese sido de la familia de Aarón, de la tribu de Leví. Jesús fue de la tribu no sacerdotal de Judá. En consecuencia, fue por nombramiento directo de Dios que fue seleccionado para ser “sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec.” (Heb. 7:16, 17) En vez de ser ungido con aceite, como Aarón, Jesús fue ungido con espíritu santo.—Éxo. 29:7; Luc. 3:21, 22.

Durante su ministerio Jesús proclamó por sus palabras y sus obras que tenía sobre él el espíritu santo de Dios, que le daba poder y lo guiaba. (Mat. 12:18, 28; Luc. 4:14, 18) Cuando llegó el tiempo, Jesús entregó su vida en sacrificio, exactamente como se había profetizado de antemano y se había escrito en las Escrituras por medio del espíritu... como el morir en un madero, entre pecadores y sin que se le rompiera un solo hueso. (Deu. 21:22, 23; Gál. 3:13; Isa. 53:12; Sal. 34:20) Así pues, su sacrificio no fue según requisitos carnales, sino por medio de la operación del espíritu y en armonía con él. Y la Biblia dice que el cuerpo de Cristo fue ofrecido “una vez para siempre.”—Heb. 10:10, 12.

Todas las disposiciones reglamentarias carnales de la Ley fueron parte de un arreglo temporal que pasaría... el control de la Ley era temporal. En contraste, aquello con lo que Jesús fue ungido, dirigido y ofrecido era permanente.. el espíritu eterno de Dios. Se usaría para siempre para dirigir a los que fueran admitidos en el nuevo pacto. Y la ofrenda que se hizo no había de ser únicamente de valor pasajero, por un tiempo limitado; era un sacrificio eterno. Con buena razón Pablo pudo contrastar las provisiones carnales de la Ley, su tabernáculo, sacrificios y sacerdocio, con el espíritu eterno por medio del cual Cristo mismo se ofreció.