martes, 6 de julio de 2010

Cómo medir la moralidad: Una comparación de los sistemas éticos

Introducción
Al evaluar los sistemas éticos, podemos perdernos en un laberinto de sistemas, detalles y terminología. Este tipo de argumentación no lleva a ningún lado, arroja poca luz sobre el tema y polariza a las personas en campos opuestos. Una forma útil de analizar este tema es hacer una pregunta básica que dejará en claro los supuestos que subyacen en los distintos puntos de vista. Esa pregunta podría formularse de la siguiente forma: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala en este sistema?”.

Relativismo cultural
Cuando se hace la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”, una categoría de respuesta será: “La cultura”. Es decir, la cultura determina lo que está bien y lo que está mal; todo lo que un grupo cultural apruebe, está bien, y todo lo que el grupo desapruebe, está mal.

Esta es la posición ética conocida como relativismo cultural. Hay varios ingredientes clave que constituyen este punto de vista.

1. Cultura y costumbre
– En el relativismo cultural, las normas morales son el resultado de la historia y la experiencia común del grupo que, con el tiempo, se convierten en formas de creencia y acción incorporadas a la cultura; por ejemplo, usos, buenas costumbres, costumbres tradicionales.

2. Cambio – Dado que las experiencias del grupo cambian con el paso del tiempo, entonces las costumbres cambiarán, naturalmente, como reflejo de estas nuevas experiencias.

3. Relatividad –
Lo que está bien (normal) en una cultura puede estar mal (anormal) en otra, ya que diferentes formas de moralidad evolucionaron en diferentes lugares como resultado de diferentes experiencias de adaptación cultural. Por lo tanto, no hay principios fijos o absolutos.

4. Conciencia – El relativismo cultural sostiene que nuestras conciencias son el resultado de nuestra formación en la infancia y las presiones de nuestro grupo o tribu. Nuestras conciencias han sido entrenadas para decirnos lo que nuestra cultura quiere que nos digan.

Una evaluación del relativismo cultural

Al intentar evaluar el relativismo cultural, algunas cosas deben quedar en claro.

Primero, es bastante obvio que hay muchas cosas que todos podemos aprender de otras culturas. Ninguna cultura tiene el monopolio de la sabiduría, la virtud o la racionalidad. Segundo, solo porque tal vez hagamos las cosas de cierta forma no significa que nuestra forma sea la mejor o la forma más moral de hacer aquellas cosas.

Habiendo dicho esto, sin embargo, hay algunos problemas que enfrenta el relativismo cultural. Primero, no alcanza con decir que la moral se originó en el mundo y que está evolucionando constantemente. El relativismo cultural necesita contestar cómo el valor se originó del no valor; es decir, ¿cómo surgió el primer valor?

Segundo, el relativismo cultural parece sostener como valor esencial que los valores cambian. Pero, si el valor mismo de que los valores cambian es invariable, entonces esta teoría afirma como un valor invariable que todos los valores cambian y progresan. Por lo tanto, la posición se contradice a sí misma.

Tercero, si no hay valores absolutos que existan transculturalmente o externamente al grupo, ¿cómo podrán llevarse bien las diferentes culturas cuando chocan los valores? ¿Cómo deben manejar este tipo de conflictos?

Cuarto, ¿dónde obtiene el grupo, la tribu o la cultura su autoridad? ¿Por qué no pueden los individuos asumir esa autoridad?

Quinto, la mayoría de nuestros héroes y heroínas han sido personas que fueron valientemente contra la cultura y justificaron sus acciones al apelar a una norma superior. Según el relativismo cultural, este tipo de personas siempre está moralmente equivocado.

Finalmente, el relativismo cultural supone la evolución física humana así como su evolución social.

La ética de la situación
Al formular la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”, otra respuesta que uno escucha es que “el amor” es el principio determinante. Esta es la base de la ética de la situación, un sistema popularizado por Joseph Fletcher.

Tres tipos de ética de la situación
Fletcher cree que hay tres enfoques para tomar decisiones morales. La primera es la que llama “legalismo”, que define como “reglas y normas”. Él rechaza este sistema porque se preocupa más por la ley que por las personas.

Fletcher dice que el segundo enfoque de la moralidad es el antinomianismo, que significa “contra la ley”. Los antinomianistas rechazan toda regla, ley y principio con relación a la moralidad, y no ven ninguna base para determinar si las acciones son morales o inmorales. Fletcher rechaza el antinomianismo porque no considera las demandas del amor.

La tercera opción, que es la opción personal de Fletcher, es el situacionismo. Suele llamarse ética de la situación, o nueva moral. Está a favor de un camino medio entre el legalismo y el antinomianismo.

Las tres premisas del situacionismo

La primera premisa del situacionismo es que el amor es el único árbitro de la moral en cualquier situación. Esto significa que, bajo ciertas condiciones, hacer una cosa con amor podría requerir que quebrantemos las reglas o mandamientos de la moral porque son solo contingentes, en tanto que el amor es el absoluto invariable.

Segundo, el situacionismo sostiene que el amor debería definirse en términos utilitarios. Esto significa que una acción, para ser hecha verdaderamente con amor, debe ser juzgada según si contribuye o no al mayor bien para la mayor cantidad de gente.

Tercero, el situacionismo se ve forzado a aceptar el punto de vista de que el fin justifica los medios. El problema aquí es que el fin en mente suele ser elegido arbitrariamente por la persona que actúa. Esta postura, por supuesto, abre la puerta a todo tipo de brutalidad y abuso.

Críticas al situacionismo
El sistema ético conocido como situacionismo está sujeto a varias críticas serias. La primera es que el amor, según lo define Fletcher, no sirve para tomar decisiones morales porque todos podrán tener una opinión diferente de lo que es hacer algo con amor o sin amor en una situación dada. Lo cierto es que el amor, sin un contenido ético, no tiene sentido y, sin reglas, (o principios, o mandamientos) el amor es incapaz de dar ninguna guía para tomar decisiones morales. De hecho, no es el amor el que guía muchas de las decisiones de Fletcher para nada, sino las preferencias personales preconcebidas.

Una segunda crítica del situacionismo es que, en un sistema moral basado en las consecuencias de nuestras acciones, tenemos que poder predecir aquellas consecuencias de antemano si queremos saber si estamos actuando moralmente o no.

Podríamos comenzar con las mejores de las intenciones, pero si nuestra predicción de las consecuencias deseadas no se cumple, hemos cometido un acto inmoral, a pesar de nuestras buenas intenciones. Y ahora comenzamos a ver la enormidad del dilema del situacionista: (1) calcular la miríada de resultados posibles para cada una de las posibilidades éticas antes de tomar las decisiones necesarias, y luego (2) escoger el mejor de los cursos de acción. Este tipo de cálculos son imposibles, con lo cual hacen que la vida moral sea imposible.

Naturalismo y conductismo
Cuando se le formula la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?” al naturalista, la respuesta que uno recibe es: “Todo lo que es, está bien”. Para ver cómo llegamos a este punto, debemos analizar cómo surgieron el naturalismo y el conductismo como reacción al dualismo.

Las dificultades del dualismo
La filosofía del dualismo sostiene que hay dos sustancias principales en el universo: la materia y la mente (o el alma y el espíritu). Estas dos sustancias se corresponden con el aspecto material e inmaterial de la vida y la realidad humana. Esta creencia va tan atrás como Platón, y es compatible con la cosmovisión cristiana.

Cuando apareció Descartes, adhirió al concepto de que la materia y la mente (o espíritu) son diferentes, pero con el tiempo llegó a aseverar que la materia y la mente (espíritu) son tan distintos que no tienen ninguna propiedad en común y no pueden influenciarse mutuamente. Esto llevó a lo que se conoce como el problema de la mente-cerebro, a saber: si la mente y el cuerpo (materia) no pueden interactuar, ¿cómo explicamos el hecho que la mente parece afectar al cuerpo y que el cuerpo parece afectar la mente?

El naturalismo se hace popular

Mientras los filósofos y científicos reflexionaban sobre este dilema, las implicaciones crecientes del descubrimiento de la ley de gravedad por Newton parecieron complicar aún más las cosas. Dado que la observación y los cálculos matemáticos revelaban que todos los cuerpos (incluyendo los cuerpos humanos) están sujetos a las mismas leyes, aparentemente inquebrantables, la existencia de la mente (o espíritu) se volvió cada vez más difícil de sostener. En consecuencia, algunos filósofos pensaron que era mucho más simple pensar en una única sustancia en el universo.

Por lo tanto, el dualismo (que significa dos sustancias: materia y mente) perdió atractivo popular y el naturalismo o materialismo (que significa una sola sustancia, la materia) cobró importancia. Si hay solo una sustancia en el universo, entonces todas las partículas de materia están interrelacionadas en una secuencia causal, y el universo –incluyendo los humanos debe ser una gigantesca computadora controlada por fuerzas físicas ciegas. En consecuencia, según el naturalismo, los humanos son meros engranajes de la máquina. No podemos actuar sobre el mundo; más bien, el mundo actúa sobre nosotros. En un mundo así, la mente no es más que el subproducto del cerebro, así como el murmullo es un subproducto del arroyo. Por lo tanto, la libertad es una ilusión y, en rigor, no existe moral alguna.

Conductismo
El conductismo surgió del naturalismo, y es una extensión de él. Una forma de conductismo se denomina sociobiología, una teoría de que la moral está arraigada en nuestros genes. Es decir, todas las formas de vida existen exclusivamente para servir los propósitos del código de ADN. Según la sociobiología, la fundamentación última de la existencia de una persona es la preservación o el progreso de los genes de esa persona.

La forma de conductismo más conocida viene de B. F. Skinner. Él dijo que somos lo que somos en gran parte por nuestro entrenamiento y condicionamiento ambiental.

Evaluación del conductismo
Cuando recordamos que ambas formas de conductismo están fundadas en el naturalismo, las implicaciones son las mismas: el hombre es una máquina; todas nuestras acciones son el producto de fuerzas que están más allá de nuestro control, y no poseemos ninguna dignidad especial en el universo. Por lo tanto, en realidad el conductismo no propone una teoría de la moral sino que termina en la antimoral.

Ética emocional
En el pensamiento ético moderno, se ha dado una respuesta inusual a la pregunta: “¿Qué hace que una acción sea buena o mala?”. La respuesta es: “Nada es literalmente bueno o malo: estos términos son simplemente la expresión de la emoción y, como tales, no son ni verdaderos o falsos”. Esta es la respuesta de la ética emocional.

Esta teoría de la moral se originó con David Hume y su creencia de que el conocimiento está limitado a las impresiones de los sentidos. Más allá de las impresiones de los sentidos, nuestro conocimiento no tiene fundamento. ¿Qué diferencia hace una teoría como ésta? Convierte a toda conversación sobre Dios, el alma o la moral en un imposible, porque el verdadero conocimiento está limitado a los fenómenos observables por nuestros sentidos físicos. La discusión de fenómenos no observables por nuestros sentidos físicos se considera como algo que pertenece al mundo de la metafísica, un mundo que no puede ser tocado, sentido, visto, oído u olido.

¿Qué podemos saber si nuestro conocimiento está limitado a nuestra experiencia de los sentidos? Hume decía que todo lo que podemos conocer son cuestiones relacionadas con hechos. Solo podemos hacer afirmaciones verificables objetivamente, como: “Ese cuervo es negro” o “El libro está sobre la mesa”. Por otra parte, no podemos, en su sistema, hacer afirmaciones como: “Robar es malo”. Ni siquiera podemos decir: “El asesinato es malo”. ¿Por qué? Porque el concepto de “malo” no es una observación objetiva y no puede ser verificado empíricamente. De hecho, es una afirmación que no tiene sentido, y es meramente una expresión de la preferencia personal. En realidad, solo estamos diciendo: “No me gusta robar” y “Me desagrada asesinar”. Está en la categoría de decir: “Me gustan los tomates”. Otra persona podría decir: “No me gustan los tomates”, sin que haya una contradicción objetiva, porque solo es una afirmación de dos preferencias personales diferentes.

En resumen, la ética de la emoción sostiene que es imposible tener una discusión racional sobre la moral. Esto se debe a que las afirmaciones éticas no pueden ser analizadas, porque no cumplen con los criterios de las afirmaciones científicas; es decir, no son afirmaciones de observación. Por lo tanto, en el emotivismo, todas las acciones son moralmente neutrales.

Una evaluación del emotivismo
Pensándolo bien, el emotivismo es menos devastador de lo que parece a primera vista. Para empezar, los emotivistas nunca pueden decir que otro sistema ético está errado; solo pueden sugerir que no les gusta o prefieren otros sistemas. De igual modo, no pueden decir que deberíamos aceptar sus puntos de vista. El emotivisimo, por lo tanto, nos permite –de acuerdo con sus propios principios rechazar esta teoría.

Segundo, a menos que los emotivistas brinden algún criterio racional para tomar decisiones morales, deben permitir la anarquía moral. Su única objeción a la moral terrorista sería: “No me gusta”.El emotivista, en consecuencia, queda sin ninguna razón para juzgar u oponerse a un dictador o a un terrorista.

Tercero, la tesis del emotivismo de que la discusión racional de la moral es imposible es falsa. Su supuesto de que las únicas pronunciaciones significativas son afirmaciones de observación objetiva es una de las fallas filosóficas básicas del emotivismo, ¡y no puede ser verificada objetivamente! No encaja en el modelo de “el cuervo es negro” propuesto por los emotivistas mismos. La moral queda abierta a la discusión racional. Las limitaciones arbitrarias del emotivismo al lenguaje no pueden sostenerse.

Absolutos tradicionales
Anteriormente consideramos cuatro sistemas de ética –relativismo cultural, situacionismo, conductismo y emotivismo– que, de una forma u otra, se autodestruyen, destruidos finalmente por sus propios principios, arbitrariamente escogidos.

Ahora debemos reexaminar la ética tradicional: la ética judeocristiana, basada en la revelación, es decir, la Biblia.

1. La revelación moral de Dios está basada en su naturaleza.

Dios está aparte de todo lo que existe, está libre de toda imperfección y limitación, y es su propia norma. No existe ninguna regla moral fuera de Él. La santidad, la bondad y la verdad y, por cierto, toda la moral bíblica, están arraigadas en la naturaleza de Dios.

2. El hombre es un ser moral único.

El cuadro bíblico de la humanidad difiere marcadamente de las versiones humanistas de la humanidad. Solo nosotros fuimos creados a la imagen de Dios y poseemos al menos cuatro cualidades que nos distinguen de los animales: personalidad, capacidad para razonar, naturaleza moral y naturaleza espiritual.

3. Los principios morales de Dios tienen continuidad histórica.

Si la revelación moral de Dios está arraigada en su naturaleza, está claro que esos principios morales trascenderán al tiempo. Si bien las órdenes específicas podrán cambiar de una época a otra, los principios se mantienen constantes.

4. La revelación moral de Dios tiene valor intrínseco.

Las normas de Dios, así como las leyes de la naturaleza, tienen consecuencias incorporadas. Así como tenemos que tratar con las leyes de la naturaleza, con el tiempo tendremos que tratar con las consecuencias de violar las normas de Dios, a menos que pongamos nuestra fe en Cristo junto con volverse en arrepentimiento de las vanidades, que asumió las consecuencias de nuestra desobediencia por medio de su muerte en la cruz o madero te tormento.

5. La ley y el amor están armonizados en las Escrituras.

En la revelación bíblica, el amor y la ley no son mutuamente excluyentes, sino están armonizados. El amor cumple la ley. Si amamos a Dios, querremos guardar sus mandamientos.

6. La obediencia a la ley de Dios no es legalismo.

La Biblia habla fuertemente contra el legalismo, ya que la moral bíblica es mucho más que la obediencia externa a un código moral. Nadie puede cumplir con las normas de Dios sin el poder del Espíritu Santo, que lo capacita para hacerlo, porque somos juzgados por nuestras actitudes y motivaciones, y no solo por el desempeño externo.

7. La revelación moral de Dios fue dada por nuestro bien.

Si bien a corto plazo puede parecer a veces que las normas bíblicas son demasiado restrictivas, podemos estar seguros de que ese tipo de directivas son para nuestro bien, debido al amor de Dios por nosotros. Después de todo, a largo plazo Dios tiene el mejor criterio, ya que por su omnisciencia puede calcular todas las consecuencias.

8. Las excepciones a la revelación de Dios deben tener una sanción bíblica.

La moral bíblica no está basada en calcular las consecuencias, ya que solo Dios puede hacer eso perfectamente. Nuestra responsabilidad es obedecer; la de Dios, encargarse de las consecuencias.

9. El "debería” no siempre implica el “podría”

Según la Biblia, no cumplimos –y no podemos cumplir- con lo que sabemos que está bien. Sin embargo, Dios no se burla de nosotros, porque nos dejó una salida. Hizo planes para nuestras debilidades y fracasos, porque la muerte de Cristo en la cruz o madero de tormento por nosotros satisfizo sus requisitos morales.

Entonces, ¿qué hace que una acción sea buena o mala? La respuesta es: la voluntad revelada de Dios en la Biblia.

Cómo reparar la brecha ética

En este ensayo hemos estado hablando del peligro de tratar de establecer un sistema ético fuera de la necesidad de Dios.

Hace poco, una editorial del Dallas Morning News, escrito por Al Casey, que llevaba por título: “Nuestro fundamento ético necesita ser reparado”. (6) Al enfatizar la necesidad de tener normas éticas elevadas, el Sr. Casey citaba al famoso misionero médico, el Dr. Albert Schweitzer: “La ética es la preocupación por el buen comportamiento . . . una obligación de considerar no solo nuestro bienestar personal sino también el de los demás y el de la sociedad humana como un todo”. (7)

Esto es muy cierto, pero hay una norma aún más alta que lo que podríamos considerar el bien de la sociedad humana. Y solo Dios puede fijar esa norma. Anteriormente, mencionamos algunas atrocidades increíbles que fueron cometidas por la profesión médica alemana “por el bien de la sociedad”.

Hay un viejo dicho que dice: “El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones”. Los seres humanos, librados a su propio arbitrio, solemos comenzar con buenas intenciones pero, de alguna forma, sin una guía superior y corazones obedientes, perdemos el camino.

Al Casey se acercó muchísimo a la verdad cuando citó al profesor Alexander Tytler, de la Universidad de Edinburgh:

De la esclavitud a la fe espiritual.
De la fe espiritual a la gran valentía.
De la valentía a la libertad.
De la libertad a la abundancia.
De la abundancia al egoísmo.
Del egoísmo a la complacencia.
De la complacencia a la apatía.
De la apatía a la dependencia.
De la dependencia nuevamente a la esclavitud. (8)

Un consenso de normas éticas sin la supervisión de Dios se erosionará con el tiempo. El poder comienza a tomar control en la determinación de nuestras acciones. Los gobiernos hoy, están controlados en su mayor parte, por grupos de intereses especiales que pugnan por lograr influencia.

El Sr. Casey lo expresó correctamente: “En forma alarmante, Estados Unidos y muchas otras naciones se han vuelto complacientes, (cursivas nuestras)una nación habitada por personas preocupadas sólo por sus propio bienestar”. (9)

Pero no necesitamos solamente un código de ética, por más importante que sea; tenemos que volver a poner a Dios en nuestras vidas. Necesitamos someternos a su liderazgo en nuestras vidas, reconocer que sólo el Dios que nos creó sabe lo que nos conviene y sólo Dios puede revelarnos las normas éticas que en última instancia nos pueden dar la paz que buscamos tan desesperadamente.

¿Cómo lo logramos? Comienza con su libro, la Sagrada Biblia. Dios ha detallado algunos principios bastante claros sobre cómo tratar a los demás. ¿Amamos a los demás como nos amamos a nosotros mismos? Eso no es tan fácil cuando todos los que nos rodean viven la ética relativista del poder. La verdadera fuerza del cristianismo nunca ha sido el uso de juegos de poder para conquistar al mundo. Desde las Cruzadas de la Edad Media a la mayoría moral de la última década, los esfuerzos de los políticos por usar el poder político o económico para promover el reino de Dios han sido cuestionables, si no desastrosos.

El verdadero poder del cristianismo genuino siempre ha sido vivir en plena armonía con la Palabra de Jehováh y mantener una integridad ética y moral en medio de un mundo obsesionado por la auto exaltación de sus valores.

Notas:

1. Theodore Schick, Jr., "Morality Requires God . . . or Does It?," Free Inquiry (Summer 1997), pp. 32-34.

2. Timothy J. Madigan, "The Virtues of 'The Ethics of Belief,'" Free Inquiry (Spring 1997), pp. 29-33.

3. Leo Alexander, Medical Science Under Dictatorship (Flushing, N.Y.: Bibliographic Press, 1996), p. 9.

4. Ibid.

5. Maccaro, James A., "'From Small Beginnings:' The Road to Genocide," The Freeman (August 1997), pp. 479-81.

6. Casey, Al, "Our ethical foundation needs repair," Dallas Morning News, Sunday, 27 July 1997, p. 6J.

7. Ibid.

8. Ibid.

9. Ibid.

De una rajadura en un dique a una inundación en el valle

Intelectuales como Nietzche, Spinoza y Tillich, y muchos otros que los han seguido, han intentado crear una sociedad sin Dios, una sociedad libre para crear su propio sistema ético, sin las limitaciones de los mandatos dados por Dios.

¿Qué podemos esperar si estos líderes logran que gane terreno su modelo para un sistema de ética que no necesita de Dios?

Un ejemplo interesante podría ser la historia de la profesión médica en Alemania durante el régimen nazi. Se supone que esta profesión es protectora de la vida humana. El Juramento Hipocrático, que data de los egipcios, fija las normas más elevadas de confianza para quienes se dedican a esta profesión honorable.

¿Cómo llegó a convertirse la profesión médica de Alemania en nada más que un instrumento de muerte en manos de los nazis? Primero, la perspectiva que uno tiene de la naturaleza del hombre tuvo que cambiar de la de un ser espiritual a la de un ser puramente físico, sin ningún valor más allá del que la sociedad le asigna a un individuo. A través de años de atacar la moral tradicional y las verdades bíblicas, el pueblo alemán comenzó a ver a la humanidad por los ojos de filósofos alemanes como Nietzche y Heidegger. Estos hombres veían a la humanidad estrictamente como carne y sangre, solo diferentes de los animales en su progresión, y no en su naturaleza básica. (3)

Una vez que la población alemana en general y la profesión médica en particular aceptaron una forma de vida colectivista-autoritaria, estaba todo listo para usar la profesión médica para lograr los propósitos del Tercer Reich.

El holocausto nazi comenzó con un desplazamiento sutil de actitud que juzgaba el valor de las personas basándose en su relación costo/beneficio para el estado. Primero, comenzó con la esterilización y la eutanasia de las personas con severas enfermedades psiquiátricas. Pronto todos los que tenían enfermedades crónicas estaban siendo exterminados. No pasó mucho tiempo antes que todos los pacientes que habían estado enfermos por cinco o más años o eran incapaces médicamente de trabajar y con pocas probabilidades de recuperarse fueran transportados a centros de exterminio. Lo que comenzó como “muertes piadosas” en raros casos de enfermedad mental extrema pronto se amplió a una exterminación en masa en una escala sin precedentes. En poco tiempo, todos los que no podían trabajar y fueron evaluados médicamente como incapaces de ser rehabilitados fueron muertos. (4)

La profesión médica alemana entonces comenzó a usar partes del cuerpo humano para investigación médica, y esto llevó a los espantosos “experimentos humanos terminales”, en los que personas vivas eran usadas en experimentos médicos. (5)

Todo comenzó con la idea de que los seres humanos pertenecen a la sociedad y al estado. Según este punto de vista, si alguien es una carga para la sociedad y el estado, es lógico concluir que su vida no vale la pena ser vivida. A partir de la primera decisión de dar muerte a pacientes mentales gravosos, una cadena de sucesos siguió finalmente llevando a la muerte a la mayoría de los judíos de Europa, junto con millones de otros “indeseables”.

Si no creemos que fuimos creados por Dios, sino simplemente animales altamente evolucionados y si creemos que solo debemos rendir cuentas a la sociedad, entonces no tiene límite la depravación a la que podemos llegar en nuestra búsqueda de justificar nuestras acciones. La corrosión de la moral comienza en proporciones microscópicas, pero si no es controlada por una norma externa a nosotros seguirá hasta que la corrosión haga desaparecer el fundamento mismo de nuestras vidas, y nos encontramos hundiéndonos en un mar de relativismo.

La ética de la creencia

Estamos discutiendo argumentos para remover a Dios de los sistemas éticos de moralidad. Muchos están tratando de formular una plataforma ética que está desprovista de toda necesidad de Dios.

Hemos considerado previamente un enfoque basado en la idea de que la necesidad de un legislador divino es arbitraria e insostenible.

Otro argumento, también basado en el naturalismo científico, sostiene que es inmoral tener una creencia para la que uno no tiene ninguna evidencia. El problema es que los que sostienen esta teoría son naturalistas y, por lo tanto, limitan automáticamente toda evidencia a lo que es naturalista, es decir, lo que puede ser probado científicamente. Para tales personas, poner alguna confianza en lo metafísico es una necedad.

Para estos naturalistas, todos los seres humanos nacemos con un sentido moral que se convierte en un hábito de virtud al practicar la camaradería y trabajar en nuestras luchas comunes. Es simplemente el resultado de un instinto social que nace dentro de nosotros.

Este es un enfoque muy evolucionista del conocimiento y la ética, que considera que los enfoques teístas son hipótesis fuera de moda. El discurso científico es visto como una alternativa a la fe. (2)

Como cristianos, reconocemos que el hombre es más que simplemente algo material; tenemos mucho más en nosotros que el cuerpo físico. Vemos esto en nuestra capacidad de tomar distancia mentalmente y evaluar nuestras vidas, nuestra capacidad de distinguir el bien del mal, y nuestra conciencia de nosotros mismos y nuestra personalidad, que nos hacen únicos con relación al resto de la creación de Dios.

Gracias a nuestra perspectiva cristiana, nos interesan no solo las evidencias físicas de las realidades de la vida sino también las evidencias metafísicas. Por ejemplo, tenemos este libro que se llama la Sagrada Biblia. Obviamente, es de naturaleza física, porque podemos sostenerlo, sentirlo y leerlo. Pero, ¿hay evidencia válida de que este libro contiene un mensaje de Dios? Sí; de hecho, hay incontables otros libros escritos que afirman que hay, en las páginas de la Biblia, un mensaje metafísico del Creador del universo. El testimonio histórico de las edades nos da una confirmación que nos satisface de que este libro es la comunicación misma de Dios para nosotros. ¿Podemos comprobarlo con experimentos científicos? No. Pero hemos experimentado incontables testimonios y evidencias de que este libro es más que solo físico en su naturaleza.

Como cristianos, no debemos permitir que el reduccionismo de este tiempo elimine lo metafísico en el diálogo ético. Debemos usar la verdad de la Palabra de Dios atrevidamente. No hace falta que defendamos la Biblia, porque ella se defiende sola. Solo necesitamos usarla y vivirla para demostrar la realidad de Dios en nuestras vidas y demostrar el poder de nuestras vidas cambiadas.

Cuando al hombre se le permite verse solo como un animal, controlado por instintos innatos o adquiridos, se convierte en una persona centrada en sí y en el poder. Todo se convierte en una cuestión de poder para ser lo que quiere ser, y nos quedan dos opciones: o buscamos crear nuestra propia realidad y propósito en la vida, como lo haría un existencialista, o caemos en la desesperanza del posmodernista, que dice que nada hace ninguna diferencia, y en realidad no importa lo que hagamos.

A continuación, veremos lo que puede ocurrir si permitimos que el mundo nos diga que no somos nada más que carne viva, completamente solos en este universo físico.

¿Qué es una ética sin Dios?

Desde el tiempo de los griegos, muchos filósofos han intentado demostrar que es posible tener una moralidad universal sin Dios. Se han presentado muchos argumentos en apoyo de esta posición y, en teoría, podrían tener razón, según lo que uno quiere decir con la palabra universal. Ellos dirían que todo lo que hace falta es un consenso de lo que se considera comportamiento correcto e incorrecto. Su posición, con la que discrepamos, dice algo así:

Primero: Si Dios es necesario para la moralidad, entonces todo lo que Dios considere moral es moral. Por lo tanto, ¿para qué alabar a Dios por lo que ha hecho si Él podría haber hecho lo contrario con la misma probabilidad, y esto hubiera sido tan moral como lo anterior? Si lo que Dios dice vale, entonces si Dios decretara que el adulterio es permisible, sería permisible. Si las cosas no son ni correctas ni incorrectas independientemente de la voluntad de Dios, entonces Dios no puede escoger una cosa sobre otra porque sea correcta. Por lo tanto, si Él escoge una cosa sobre otra, su elección debe ser arbitraria. Pero un ser cuyas decisiones son arbitrarias no es digno de adoración.

Segundo: Si la bondad es un atributo que define a Dios, entonces Dios no puede ser usado para definir la bondad. Si lo hacemos, somos culpables de razonamiento circular. Es decir, si usamos la bondad para definir a Dios, no podemos usar también a Dios para definir la bondad.

Tercero: Si uno no cree en Dios, y le dicen que uno debe hacer lo que Dios ordena no le ayudará a resolver ningún dilema moral.

Algunos filósofos, por lo tanto, llegan a la siguiente conclusión: la idea de que una ley moral requiere de un legislador divino es insostenible. (1)

¿Cuál debería ser nuestra respuesta como cristianos? Deberíamos señalar a las personas que están de acuerdo con la posición anterior su falta de comprensión, tanto de Dios como de la naturaleza del hombre.?

Dios es el creador y el sustentador de todas las cosas. Ni siquiera seríamos conscientes de nosotros mismos, y mucho menos de lo correcto y lo incorrecto, si Dios no nos hubiera creado a su imagen espiritual y, por lo tanto, con la capacidad de hacer distinciones morales. Lo cierto es que no tenemos ningún punto de referencia para toda esta discusión acerca de la moralidad fuera de lo que Dios revela. Que nosotros discutamos con la fuente de la moralidad equivale a que la arcilla discuta con el alfarero.

Hay filósofos que dicen que el hecho que Dios defina lo que está bien y lo que está mal es arbitrario. Dios no es arbitrario; Él es la fuente de toda vida y, por lo tanto, la fuente de toda verdad. No tenemos ninguna base para entender siquiera el concepto de ser arbitrario si no es por referencia a un Dios que no cambia. Lo que sería un razonamiento circular o arbitrario en discusiones acerca de nosotros se aclara perfectamente al llevar el dilema cerca del punto focal universal y absoluto para toda la creación: Dios mismo.

El segundo problema con estos argumentos es que no reconocen la naturaleza del hombre. Si el hombre no hubiera caído, es decir, si no estuviera contaminado por el pecado, tendríamos un potencial ilimitado para crear un código universal a partir de nosotros. Pero somos personas caídas, cada uno de nosotros y, por lo tanto, incapaces de saber lo que es bueno (Romanos 3:23). Hasta somos incapaces de llevar a cabo lo que sabemos que es bueno (Romanos 7:18-21).

Así que la cuestión de lo correcto y lo incorrecto tiene mucho que ver con el origen de nuestra creencia, y no sólo la sustancia de ella. No importa cuán sinceramente crea que tengo razón acerca de alguna decisión moral, la verdadera prueba está en el origen de esa creencia. Y Dios es el único origen universal y absoluto de toda moralidad.