jueves, 19 de agosto de 2010

¿ERES FELIZ?

La felicidad es un estado del ánimo que supone una satisfacción. Quien está feliz se siente a gusto, contento y complacido. De todas formas, el concepto de felicidad es subjetivo y relativo. No existe un índice de felicidad o una categoría que haya que alcanzar para que alguien se considere como una persona feliz. Aunque un diccionario lo define de esta manera la realidad es que sí, si existe una categoría para ser feliz.
Nos quedaremos con la siguiente definición: Clase, distinción, condición de algo o alguien: pero no dentro de una cosmovisión personal humana porque entonces volveríamos a establecer el circulo vicioso marcado por esta sociedad, dice Jesús en Juan 4:23 No obstante, la hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre con espíritu y con verdad, porque, en realidad, el Padre busca a los de esa clase para que lo adoren.
Entonces tenemos que nuestro Creador BUSCA a esa CLASE de personas para que le adoren, notamos entonces que Dios selecciona a unas personas humanas para un cometido especial, ¿Pero redunda esta selección en ser felices?
Veamos la definición de un diccionario sobre la felicidad:
Desde un punto de vista biológico, la felicidad es el resultado de una actividad neural fluida, donde los factores internos y externos estimulan el sistema límbico.
El ser humano suele sentir felicidad cuando alcanza sus objetivos y cuando logra solucionar los distintos retos que se enfrenta en su vida cotidiana. En los casos en que esto no se logra, se produce la frustración que lleva a la pérdida de la felicidad.
Las personas que se sienten autorrealizadas y plenas son más serenas y estables, ya que logran un equilibrio entre las cargas emocionales y las cargas racionales.
Hay quienes creen o sienten que la felicidad está relacionada con los bienes materiales y con el dinero. Por eso existen frases como “El dinero no hace la felicidad, pero ayuda”. Es que el dinero es el medio necesario para la satisfacción de las necesidades materiales humanas; una vez que éstas están satisfechas, el individuo tiende a buscar productos que le proporcionen mayor felicidad.
En cambio, las religiones y la gente con preferencia por lo espiritual asocia la felicidad a un estado del alma donde el ser se siente en paz. Este estado puede alcanzarse con una relación personal o con el vínculo con los seres queridos, por ejemplo.
Analicemos otros puntos de vista.
UN GUÍA espiritual budista, el Dalai Lama, dijo: “Creo que el verdadero propósito de la vida es buscar la felicidad”. Según él, esta se consigue al educar o disciplinar la mente y el corazón, pues añadió: “La mente es el único instrumento que necesitamos para alcanzar la felicidad absoluta”. La creencia en Dios, afirma, es innecesaria.
Por otra parte, examinemos el ejemplo de Jesús, quien tuvo una fe firme en Dios y cuyas enseñanzas han ejercido una poderosa influencia en cientos de millones de personas a lo largo de los siglos,( independientemente de las tergiversaciones a que ha sido sometido este término). Él se interesó en la felicidad humana. Introdujo su famoso Sermón del Monte con nueve bienaventuranzas, expresiones que comienzan con las palabras “felices son” (Mateo 5:1-12). En él enseñó a sus oyentes a examinar, purificar y disciplinar la mente y el corazón, así como a sustituir los pensamientos violentos, inmorales y egoístas por ideas pacíficas, limpias y amorosas (Mateo 5:21, 22, 27, 28; 6:19-21). Como nos exhortó uno de sus discípulos tiempo después, debemos ‘continuar considerando’ las cosas que son ‘verdaderas, de seria consideración, justas, castas, amables, de buena reputación, virtuosas y dignas de alabanza’ (Filipenses 4:8).
Jesús sabía que la verdadera felicidad precisa de las relaciones con el prójimo. Los seres humanos somos sociables por naturaleza, de modo que no podemos ser realmente felices si nos aislamos o si vivimos en continuo conflicto con los que nos rodean. Solo lo seremos si nos sentimos queridos y si amamos a los demás, y Jesús explicó que para ello es vital que gocemos de una buena relación con Dios. Es precisamente aquí donde sus enseñanzas difieren de las del Dalai Lama, pues Cristo mostró que el hombre no puede disfrutar de felicidad genuina si prescinde de Dios. ¿Cuál es la razón? (Mateo 4:4; 22:37-39.)
Una de las bienaventuranzas indica: “Felices son los que tienen conciencia de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). ¿Por qué dijo eso Jesús? Porque a diferencia de los animales, nosotros tenemos necesidades espirituales. Creados a la imagen de Dios, podemos cultivar, hasta cierto grado, atributos divinos como el amor, la justicia, la misericordia y la sabiduría (Génesis 1:27; Miqueas 6:8; 1 Juan 4:8). Entre nuestras necesidades espirituales figura darle sentido a la vida.
¿Cómo se satisfacen tales necesidades? No a través de la meditación trascendental ni por simple introspección. Más bien, Jesús declaró: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de IEVE” (Mateo 4:4). Observemos que, según afirmó, Dios es la fuente de “toda expresión” esencial para la vida. Hay preguntas que solo Dios puede responder, y comprenderlo es especialmente oportuno hoy día, dada la proliferación de teorías sobre el propósito de la vida y el camino a la felicidad. Las librerías destinan secciones enteras a obras que prometen salud, riqueza y felicidad a los lectores, y se han creado páginas en Internet cuyo tema central es la felicidad.
En este campo, no obstante, el pensamiento humano a menudo está equivocado, pues se inclina a satisfacer los deseos egoístas, se basa en experiencia y conocimiento limitados y, con bastante frecuencia, se apoya en premisas falsas. Por ejemplo, una tendencia en aumento entre los escritores de libros de autoayuda es basar sus ideas en la teoría de la “psicología evolucionista”, que afirma que las emociones humanas están arraigadas en nuestra supuesta ascendencia animal. La verdad es que todo intento de buscar la felicidad que se cimiente en una teoría que desprecia la importancia del Creador, está condenado al fracaso y, con el tiempo, llevará a la desilusión. Un profeta de la antigüedad declaró: “Los sabios han quedado avergonzados. [...] ¡Miren! Ellos han rechazado la mismísima palabra de IEVE y ¿qué sabiduría tienen?” (Jeremías 8:9).
IEVE Dios conoce nuestra composición y sabe qué nos hará realmente felices. Sabe por qué colocó al hombre en la Tierra y qué encierra el futuro, y nos facilita esa información en la Biblia. Lo que revela en ese libro inspirado produce felicidad y provoca una reacción positiva en las personas de buena disposición (Lucas 10:21; Juan 8:32). Así ocurrió en el caso de dos de los discípulos de Cristo. La muerte de su maestro los dejó desconsolados, pero cuando aprendieron de labios del propio Jesús resucitado el papel que este desempeña en el propósito divino para la salvación de la humanidad, dijeron: “¿No nos ardía el corazón cuando él venía hablándonos por el camino, cuando nos estaba abriendo por completo las Escrituras?” (Lucas 24:32).
IEVE es el “Dios feliz”, y a su Hijo Jesucristo se le llama “el feliz y único Potentado”. (1Ti 1:11; 6:15.) A pesar de que la introducción de la iniquidad representó un desafío para el nombre y la soberanía de IEVE tanto en el cielo como en la Tierra, Él está seguro del cumplimiento de sus propósitos; no se puede hacer nada contrario a lo que su voluntad permite. (Isa 46:10, 11; 55:10, 11.) Su gran paciencia al permitir condiciones que podría cambiar se ha debido a que tiene un propósito o fin definido en mira, y por ello es feliz. Pablo escribe a este respecto: “Dios, aunque tiene la voluntad de demostrar su ira y de dar a conocer su poder, toleró con mucha y gran paciencia vasos de ira hechos a propósito para la destrucción, a fin de dar a conocer las riquezas de su gloria sobre vasos de misericordia, que él preparó de antemano para gloria”. (Ro 9:22-24.)
Por esta razón, el salmista exclama: “La gloria de IEVE resultará ser hasta tiempo indefinido. IEVE se regocijará en sus obras”. (Sl 104:31.) Él es el primer y mayor Dador, nunca cambia ni deja que su generosidad y su actitud misericordiosa y amorosa se vuelvan en amargura debido a la ingratitud de algunas de sus criaturas. “Toda dádiva buena y todo don perfecto es de arriba, porque desciende del Padre de las luces celestes, y con él no hay la variación del giro de la sombra.” (Snt 1:17.) Su hijo Jesucristo también es feliz debido a que confía plenamente en su Padre y hace siempre las cosas que le agradan. (Jn 8:29.) Incluso cuando pasó por pruebas y sufrió, Jesús tuvo contentamiento. (Heb 12:2; compárese con Mt 5:10-12.)
La base para la felicidad
Todas las felicidades prometidas en la Biblia están supeditadas a que exista una buena relación con Dios; todas ellas se realizan sobre la base del amor de Dios y el servicio fiel a Él. Si uno se aparta de la obediencia a IEVE, no puede conseguir verdadera felicidad. Su bendición es esencial para ser feliz; es una de sus ‘dádivas buenas’ y ‘dones perfectos’.
La felicidad no se deriva de acumular riquezas o poder material. Jesús dijo: “Hay más felicidad en dar que en recibir”. (Hch 20:35.) Al que es considerado con el de condición humilde y disfruta de la felicidad de dar, se le promete: “IEVE mismo lo guardará y lo conservará vivo. Será pronunciado feliz en la tierra”. (Sl 41:1, 2.) Las cosas que contribuyen a la verdadera felicidad son: el conocimiento de IEVE, la sabiduría que proviene de Él e incluso su corrección y disciplina. (Pr 2:6; 3:13, 18; Sl 94:12.) La persona que es verdaderamente feliz confía en IEVE (Pr 16:20), se deleita en su ley y anda en ella (Sl 1:1, 2; 112:1), observa lo justo (Sl 106:3) y teme a Dios (Sl 128:1).